Un lupanar bajo el cobijo de la noche. La música, las luces y la ligereza del entorno desinhiben los instintos de aquellos entes lúbricos.
Todos miran y hablan sobre la mujer que baila en el escenario:
—Uff, ¡Que tetas! —
—¡Que bombón! —
—¡Esa mujer es perfecta! —
Y yo, abstraído, mirando a la cándida chica que me sirve un vaso de whisky, y de vez en cuando me mira con esa vergüenza que le hace ser la mujer más hermosa de todo el bar.